El periodista político, Lean Alba, analiza el primer año de Milei en el gobierno, poniendo como eje central al tiempo.
por Leandro Alba
Un año de distopía.
¿Se puede cuidar a quien se odia?
No es un juego de ingenio. Es la pregunta que comenzó a girar hace un año, con la asunción de Milei. Y otra: ¿cómo iba a terminar el nuevo experimento neoliberal que marida fajina, cuero, otakus, perros fantasmas, corrupción y violencia?
Aquello motivó otras incógnitas, por ejemplo: ¿cómo llegaría la crueldad?
¿Cuándo?
Porque la posición de Milei no solo es la negación de la política como forma del cuidado. La suya no es solo la decisión de no avanzar y permanecer. Sino que trabaja, activamente, en la ruptura de las condiciones que permiten estimular lazos solidarios populares.
Hace tiempo leo en portales y veo en medios un esfuerzo notable por acomodar episodios vinculados al desmanejo estatal libertario (también llamado gobierno) condimentando hasta el límite para que el saqueo tenga sentido: “esta vez el esfuerzo vale la pena”.
Medalla, abrazo y beso para los conductores y panelistas que se esfuerzan por colocar en un nuevo envase noticioso a la papilla hecha de una experiencia que, sin lugar a dudas, marcará un antes y un después en la historia.
Lo digo con honestidad: es un trabajo de creatividad mayúscula el de señalar que la experiencia Milei se ajusta a otras administraciones. Entonces nos cuentan, medio al pasar, entre los cruces de Wanda, L-Gante e Icardi, que el Gordo Dan es uno de los músculos del brazo armado libertario.
Qué esfuerzo el de hacerse el salame. Realmente, espero que sean bien recompensados por aquello.
Mientras avanzan las plataformas digitales audiovisuales y le disputan el terreno al cine, la televisión también tiene su batalla contra las redes y el público a la deriva. No puede más que sostenerse sobre formas narrativas que acaricien los oídos de su nicho. Nadie quiere perder en este juego, esa es la clave. La “objetividad”, bien gracias. No es que me importe tanto que un medio me diga qué porción de agenda se convierte en real y cuál no. Pero, vamos… Los mismos que, años atrás, repelían el periodismo militante, ya no ocultan la sangre violeta. Mientras, las maestrías de periodismo las imparten grandes empresas que se empacaron de las mieles de la última dictadura. En sus aulas no faltan quienes cumplieron horas extras como servicios.
Solo esa neblina hecha de farándula y declaraciones sórdidas pueden camuflar el circo trágico de este último año. Eso y una onda campaña fomentada desde la oposición que se esconde en supuestos debates internos en lugar de calibrar su relato en el nuevo melodrama. ¿Dónde están los buenos? ¿Quién podrá ayudarnos?
¿Será quien dijo antes que iba ayudarnos?
Este 10 de diciembre tenemos en el grado más alto del poder político a un individuo que busca negar enfáticamente con todas sus acciones al sistema que le permite aquel lugar. Y que no descarta la mutilación del cuerpo como forma de supervivencia en el mercado o la comercialización de menores. No solo es la negación de la política como cuidado. De ahí la rabia en las declaraciones. Su posición es y fue, verdaderamente, coherente (en ese plano).
Esa es la realidad de Argentina hace un año.
Solo una situación tan absurda puede darle vida a la cadena de acontecimientos en los que derivó y en los que derivará.
De ahí las complejidades que tensionan el ecosistema político: un presidente que promueve la deriva. Y una vice que motoriza lo que entiende como su inminente titularidad sacándole lustre al terror.
El asedio cultural y los tiros en los pies de quienes decían encarnar una propuesta popular, y que dejaron pasar la oportunidad atravesados por la abulia y la eterna discusión, tuvieron sus frutos. El resultado: el descreimiento, la falta de unidad y, por sobre todo, la sobreponderación de Milei por ser el presidente que “hace lo que dijo que había que hacer”. Así de baja estaba la vara.
El hecho de haber adelantado algunas acciones de gobierno no exonera de culpas a ningún integrante del gobierno.
La Máquina Discursiva Milei niega a la política como forma de encuentro. O, en realidad, la privatiza. Limita su ingreso. Y traslada el escenario a hoteles, cenas, fiestas, paneles de televisión. Sobreestimula el lenguaje virtual de las redes convirtiéndolas en una institución cuya forma juega para el oficialismo.
La calle como condición de posibilidad para cambiar la "realidad" fue suprimida.
Paralelamente, la Máquina pone en el centro de la escena, con celebraciones, almuerzos, asados, exactamente aquello que decía repeler de otras administraciones: la compra de voluntades.
A la casta a la que se la buscaba expulsar se la enfrenta con la mercantilización de voluntades. El libertarismo se nutre en la medida que alimenta al "enemigo" en los papeles. Paga el voto y exhibe la factura. El negocio es doble, consigue las manos arriba en el Congreso y chivos expiatorios en cada debate parlamentario.
No descansa la Máquina.
Mientras el saqueo avanza autorizado por apenas dos consonantes y una vocal (DNU), la farándula le pone el banquito en la esquina a Milei para despeinarlo prolijamente cada vez que le caen unos puntitos de la opinión pública. Fátima y Yuyito le aportaron el condimento criollo a la prueba de laboratorio globalizante y aquellas fotos resuenan a menemismo. Mejor malo conocido que bueno por conocer, dicen.
La combinación del apoyo al gobierno reúne sectores peronistas (los Barra, los Scioli y los Francos, y los satélites políticos e institucionales que dependen de estas palancas en entidades con capacidad de movilización debidamente anestesiada). Tal vez este tipo de vínculos revelen los motivos por los cuales aún no ha terminado de explotar la tensión en distintos ámbitos estatales.
Atrás de Milei se han congregado peronistas agotados de justicia social, radicales que reclaman nuevos horizontes luego de la moda de la soberanía y subjetividades reaccionarias nuevas que se suman a la derecha que promovió, celebró, defendió y encarnó el golpe militar de 1976.
No es una novedad la gravitación de Astiz sobre la vicepresidenta, su posición, sus declaraciones. Ni las fotos de ella paseando sobre vehículos de guerra, sosteniendo armas, sus encuentros con represores, su militancia activa para revictimizar a las víctimas del terrorismo de Estado señalando, por ejemplo, que la cifra de desaparecidos fue menor.
Sí, Argentina es ese lugar donde se vuelve a negar la desaparición desde el poder. Nunca dejó de serlo. Ahora, desde el Estado, la misma institución que saqueó, robó y mató organizadamente, busca desaparecer, incluso, la verdad histórica bajo el discurso de quienes se han quedado con la victoria. Villarruel, bien lo sabe. Entonces, la tortura se alarga.
Cada elemento que reivindica el gobierno no es más que un intento por detener el tiempo de las conquistas. Porque cada conquista lleva tiempo: la calle, la construcción, el diálogo.
El trabajo de Milei es, ni más ni menos, que hacernos retroceder el tiempo. Esa es su utopía, nuestra distopía.
La pretensión es la de sacarnos herramientas bajo cualquier excusa. Esto se traduce en menos derechos. Menos tiempo para vos, para ser feliz. Para pasear. Para marchar. Más laburo, menos calidad. Más cansancio, menos ocio, menos estudiamos, menos salida. Menos garche. Del trabajo sin derechos a la casa alquilada compartida. Y de la casa alquilada compartida al trabajo sin derechos.
La clave libertaria (de este momento), y reaccionaria en general, es regresar. Tirar la bocha hacia atrás para demorar. Para que volvamos a pararnos y para que cada vez el proceso de búsqueda de soberanía lleve más tiempo.
Se trata de una batalla por el tiempo, antes que nada.
Porque se le quitan impuestos a los ricos, que ya ni tienen que trabajar para vivir. Y se traslada el esfuerzo a quienes no pueden agregar más laburo a sus días porque el cuerpo no se los permite.
La supremacía de la economía sobre otras ciencias pone a la eficacia en el lugar de Dios. Pero no le reza cuando llega al poder. Lo sospecha Bullrich que tal vez siga haciéndoles radiografías a animales en el norte para encontrar a Loan.
Se regala vida donde hay opulencia mientras se le baja el precio a la de los pobres.
Y se condena a la pobreza a vivir un tiempo vejado. Uno que parece repetirse en la historia, un lugar de atraso.
Nada de esto puede lograrse sin la instalación de nuevos paradigmas que legitimen el arquetipo del saqueo. Sin armas, es la inversión de la lógica por reiteración lo que gana en la supuesta batalla cultural que, del lado libertario, no parece ser otra cosa que personajes que aumentan su volumen muscular a base suplementos, trolls, odio y un discurso nacionalista pro yankee perfectamente coherente por estos días.
Hace un año de esta distopía.
¿Parece más tiempo? Claro, es nuestro esfuerzo, tus nuevas arrugas, tu angustia, el que está pagando la fiesta. Mientras, se roban hasta la ficción.
LEANDRO ALBA
Oriundo de la República separatista de Haedo.
Colaboró en distintos medios, como Cosecha Roja, Perfil, la revista Cordón y Hamartia. Se formó en medios alternativos, como la FM Fribuay y fue columnista en la radio de Las Madres AM 530, entre otras.
Escribe ficción. Quiere escribir un cuento cuyo narrador está siempre apremiado por el tiempo. No encuentra cuándo.
Comments