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La frontera que habito

Actualizado: 25 may

Paz Solís Durigo lee Voy a ir a venir (2024), el primer poemario de Yanina Azucena, recientemente publicado por la editorial paraguaya Arandurã, en el que la escritora migrante construye su propia identidad en un vaivén entre el castellano y el guaraní, entre Argentina y Paraguay.

por Paz Solís Durigo




“Quiero escribir amigo / quiero escribir sobre esto que nos pasa / nuestro desayuno de poemas / la frontera que habito”. En Voy a ir a venir (2024) esa frontera habitada por el yo es un entre que derrama: tierra negra que se tiñe colorada, sangre, río que une territorios, red. Entre Argentina y Paraguay teje una identidad que es movimiento: la de Yanina Azucena.

 

Voy a ir a venir nos dice la voz de este poemario desde el comienzo. Un yo poético de una escritora que nace en Asunción y que se cría en Buenos Aires. En ese ir y venir entre sus dos países se construye una identidad que no puede ser fija, porque de eso se trata: la escritura es el espacio que permite contener la hibridez que la constituye.

 

Este libro no es, no puede ser esencialista. Yanina nos envuelve en su historia personal que comienza en el Km. 5 de Asunción (“nacer a escondidas (…) / forma parte de un instinto que no está muerto”), que conoce “los pasillos de la villa (bonaerense que) no cambian”, “el sabor a mbejú caliente” de la vuelta, el ritual de historias que emergen alrededor del "tatá" (fuego), cómo pelar una mandioca que “hierve con paciencia”, “el pikivolley en el baldío” de Capiatá, y que sabe extrañar en Argentina a “lo perro” de Paraguay.

 

Todo se arma y se desarma en un entre. Desde su distribución hasta su construcción y su estructura.

 

Este poemario debut de la autora es escrito en Argentina y publicado en Asunción por la editorial paraguaya Arandurã. Pero, Voy a ir a venir se rebela contra lo fijo. Con su llegada al mercado nace la posibilidad de encontrar todos los libros de la editorial también en Buenos Aires, en la Librería La Libre de San Telmo[1]

 

Para comprender su sentido global, es necesario tener en cuenta que este no es solamente un poemario. Yanina erige su identidad en una escritura que teje, en un objeto libro que es móvil, que crea fluctuante el camino de una heroína que se hace a sí misma. Nos hace conocer a una niña abandonada por su padre en Paraguay, que debió escapar con su madre a Argentina, que conoce el maltrato, “la vergüenza al origen”, la migrancia que en su documento marca “en rojo intenso, extranjera”, una niña cuidada por “kuña valé” (mujeres fuertes, paraguayas) que con guisos de vorí también “saben borrar la frontera”. Entre los restos, modela su armadura: su propia frontera, su propio Buenos Aires, su propio Paraguay. Para recorrer todo este camino junto a la poeta, debemos saber que Voy a ir a venir es también su Tesis para recibirse en la Universidad Nacional de las Artes de Buenos Aires. Y este es el final alternativo que nos ofrece Yanina.

 

“Esa niña de treinta años” de origen humilde, a la vez, escribe y lee, y deja rastros del ambiente letrado al que finalmente logra acceder: “somos niños en un parque de diversiones / nuestros autitos chocadores son estéticas / poetas / discutimos / con emoción me enseña a Octavio Paz / la irreverencia de Edgar Pou”. Yanina construye diálogos de cercanía con personajes-guiños, figuras importantes de la literatura argentina que autorizan su identidad de escritora-lectora: “esa es la lengua, dice Tununa” (¿acaso se refiere a Tununa Mercado?), “ella dice que cruja / que me permita / ser otoño” (escribe en “Tami”: ¿acaso nos habla de Tamara Kamenszain?).

 

Y, por supuesto, también se replica esta fórmula para escritores paraguayos. Sumado al poeta neo-vanguardista Edgar Pou, Yanina recoge la voz de una de las figuras más importantes de las letras del Paraguay, círculo al que la poeta nos muestra que también accede: “Ñe’a no es sinónimo de korazõ, sino que es sentimiento / un sentimiento que se le atribuye al corazón, dice Pirulo” (claramente, haciendo referencia a Gregorio Gómez Centurión, el famoso poeta bilingüe paraguayo, y estudioso de la lengua y la cultura guaraní).

 

Pero, el ir y venir de Yanina Azucena no concluye únicamente en lo espacial, el vaivén topográfico trae aparejado también uno lingüístico. Este poemario no puede ser monolingüe, la poeta anda y desanda su identidad móvil “entre el castellano y el guaraní”: “voy y vengo / en mi memoria está Clorinda”.  “Voy a ir a venir”, ese movimiento que no tiene freno, esa frase tan paraguaya que elige Yanina como disparador, es también la traducción literal del Aháta aju guaraní.

 

Voy a ir a venir es, ante todo, un hacerse entre las dos lenguas, diglosia paraguaya que la forma “falsa kurepí” y que ya se anuncia en el primer poema: “A veces / respondo en guaraní. Mi lengua / tiene el caprichoso deseo / de expresarse / con la palabra más justa / el canto más indicado”.

 

Es también una clase de guaraní para porteños, un compartir para paraguayos y paraguayas. Y es que la autora se encarga de tejer su lengua materna como río cristalino que une territorios: “un surco de idiomas o’ñaiño”, “pelean” traduce inmediatamente; “Tatá / un fuego de brasero oxidado” vuelve a traducir; “Hierve con paciencia, / Opupú, mamá he’í”, lo hace esta vez del español al guaraní.

 

La poeta dice en un español paraguayo, que integra a su estructura partículas del guaraní: “Quiénko puede extrañar tu olor asfixiante”; “por qué-ko nadie quiere / jugar / conmigo?”; “no vaya-na a correr” (sufijo que suaviza y que no existe en castellano). Y dice además en jopará (esa mezcla de español y guaraní de los y las paraguayas que es también un guiso de porotos): “ichukoro lo perro / (…) dan la bienvenida”, “mbo’õpiko oï la nde zapatilla / descalza / te puede picar un pique”.     

 

Ambas lenguas no son intercambiables. Como dijera Derridá, hay un resto que resiste la traducción y permanece extraño dentro del texto: “hay chistes que solo se entienden en guaraní”, explica la voz poética.

 

El español es informativo; el guaraní y el jopará, el idioma del amor y los secretos. El corazón del yo late más de una vez, pero lo hace solamente en estas últimas dos lenguas: “ha che korasõ opú”, “ha che korasõ se rinde”.  Y es por eso, también, una tesis y una declamación sobre el idioma: “el guaraní es un idioma vivo / para hablarlo hay que sentirlo / vivirlo”. En sus poemas, el mundo letrado al que termina accediendo también es guaranizado. No sólo incluye a Paraguay y al guaraní como temas en este ámbito tan reacio a estudiarlos, una vez que la poeta logra formar parte, imposible hacerlo ajeno a su sentir: “Ndetavy, dice / se asombra mientras lee a Orozco”.  

 

Existe una única excepción en todo el poemario. Además del “final alternativo que nos ofrece Yanina” (a los argentinos), el contenido del libro propone otro escrito en el idioma del amor y los secretos. Solamente en la lengua materna. Solamente para compartir con los y las guaraní hablantes. Por el amor y por el dolor, no hay espacio para ser dicho en castellano. Para la Buenos Aires hispana, la voz poética se vuelve muro, el yo habita al fin su frontera. En el final, su corazón sigue la tesis de la lengua que el poemario propone: siente, late, vive (y elige hacerlo solamente en guaraní).

 

“Buscás sentarte en esa silla de cables de plástico

ahí se posa el corazón de tu lengua

perforar la distancia entre el añe’e ndeve che rû

che ñe’ame roguereko

che ñe’ambytépe roñongatu

ha oiko la guaraní purahéi che korasõitepe”[2] 




[1] Chacabuco 917, CABA.

[2] Por respeto a la decisión de la autora, decido no traducir el fragmento final.



 

PAZ SOLÍS DURIGO

Es Licenciada y profesora en Letras, y maestranda en Estudios Literarios Latinoamericanos.

El amor a las palabras de sus abuelos del litoral argentino la impulsó a aprender su lengua: el guaraní. Hoy, se dedica al estudio de la poesía en este idioma.

Se crió con el sonido de su padre misionero en Buenos Aires saludando a todo correntino, misionero o paraguayo que se cruzara: "mba'e la porte, chamigo". Pero su frase favorita era cuando él le avisaba que "en un sapy'aite" ya estaba la comida, y era mandioca, chipa o reviro.

Su verdadera pasión es la música. Compone canciones y publicó su libro de poemas en guaraní y en español Contra todos los males. También co-fundó y co-produjo los ciclos de literatura expandida Bajo el cielo la llama y Caña con ruda.

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