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  • Foto del escritorSergio Gramajo

Una esquirla llamada Ramón

Actualizado: 9 abr

Este cuento de Sergio Gramajo recorre el perfil de la ausencia. Ramón no está. Está en Malvinas. Es su sobrino, desde la niñez, el que reconstruye esa falta a partir de los materiales que recupera en el barrio.

El autor de Talón Rajado utiliza como materiales los relatos que se mueven sobre Ramón mientras esperan que la guerra termine.

La primera carta, las expectativas. La angustia que trae la próxima. La familia como red cuando termina la guerra que los libros de historia ponen con mayúscula. Y la guerra con la que carga cada excombatiente.


un cuento de Sergio Gramajo





-A Sixto Fajardo-

“…Ramón, le digo

el mundo gusta de vos

(…)

Dios gustaba tanto de vos

que desapareció

y bue ahí se inventó la poesía

el baile y la música…”

Mariano Blatt



Hacía rato que no veíamos al tío por casa. “Tu tío es un héroe”, decía mi vieja y yo quería creerle. Prácticamente todos los días ella se iba hasta La Tablada a llevarle cosas que, según decía, les mandaban a los soldados. En el regimiento le decían que cada dos días salían vuelos con provisiones y cosas que mandaban los familiares. Por eso ella iba. Como si necesitara sostener la esperanza de volver a ver a su hermano menor de vuelta en casa con ese sacrificado acto. Si no era una frazadita que alguna vecina había tejido, era algún bizcochuelo o paquetes de chocolate que mi abuelo traía de su trabajo. Hasta aspirinas le supo llevar mi vieja entre tantas veces que fue. Una vez le llevó una carta que los amigos del barrio le habían escrito. “Volvé pronto, Ramón, que nos faltan defensores con buena pegada”, decía uno que jugaba los campeonatos relámpago con él. “Espero que te puedas patear unos rocanroles con los ingleses”, bromeaba otro haciendo alusión a las virtudes que mi tío sabía mostrar en el boliche o en los asaltos.


Mi tío era un pibe como cualquiera, lleno de amigos. Lo quería la gente en el barrio porque era bueno. Y de un día para el otro le encajaron un rifle de morondanga en las manos y un casco pedorro y chau, a la guerra. “A defender la patria”. Él se fue contento, diciendo que iba a recuperar las Malvinas. “Vaya mijo, y si no viene con las Malvinas bajo el brazo, mejor ni venga”, le bromeaba mi abuelo. Y mi tío, que era capaz de recuperar las Malvinas armado con una ojota en la mano, fue nomás, entusiasmado como si se tratara de ir a buscar la pelota que alguien había mandado a la casa de un vecino.


Solo recibimos dos cartas de Ramón. En la primera decía que íbamos ganando. Que él no había visto a un solo inglés, pero que una corazonada le decía que íbamos ganando. La misma corazonada que tenía cada domingo cuando jugaba “El Villero”. La siguiente carta, la última, decía simplemente: “Esto es un infierno, hay ingleses por todas partes”. Y para mi vieja fue como si acabara de explotar una bomba del ejército inglés en el patio de nuestra casa. Como si una esquirla que había atravesado el cuerpo de Ramón, hubiese viajado los miles de kilómetros desde Malvinas hasta Laferrere para incrustarse en la casa de Ramón donde estaba su familia congregada alrededor de la breve carta que él había mandado. Una explosión que tuvo una onda expansiva que se pasó la vida explotando y derrumbándolo todo.


Cuando Ramón volvió, llegó en una silla de ruedas. Se había dejado una pierna en la guerra. Como si no pudiera pasar por los lugares sin dejar rastros. “¿Qué le pasó a tu pierna?”, atiné a preguntarle al tío con la mirada perdida. “La dejé en Malvinas. Para tener una excusa y cuando los ingleses menos se lo esperen, ¡zas! les caemos de nuevo y quien te dice no recuperamos las islas de una vez”, dijo el tío pero ya no le creí. Había algo en sus ojos cuando hablaba que ya no estaba, se había apagado.


Unas cuantas veces lo acompañé al andén de la estación de Lafe a repartir estampitas. Él le decía a la gente que había estado en Malvinas, pero la gente no le llevaba mucho el apunte. A veces se ponía su uniforme y todo, pero ni así le hacían caso. Un día le pregunté por qué la gente no le hacía caso y no le agarraba las estampitas y él me dijo que no tenía idea, que él lo único que quería era bailar rocanrol y patear penales en los campeonatos relámpago. Esa fue la única vez que lo vi llorar. Fue como si aquella esquirla que lo había atravesado en la guerra y que rajó la carne de su familia, hubiera terminado su recorrido, por fin, en las lágrimas de mi tío.



 

SERGIO GRAMAJO


Es actor, narrador, poeta y profesor de literatura.

Trabajó como ayudante de zapatero, limpiador de zanjas y patios, cortador de pasto, mandadero profesional, cargador de caca de gallina en camiones con doble acoplado, futbolista asalariado en campeonatos de la comunidad paraguaya de Laferrere, personal trainer, chef, repositor, niñero, asistente de dirección cinematográfica, profesor particular de latín y dibujo técnico, funcionario público, vendedor de hamburguesas vegetarianas, reparador de armas de fuego, ayudante de albañil, redactor de cartas de amor por encargo, consultor, cartonero, falsificador de documentos y portero de edificio, entre otras ocupaciones menos nobles.

Autor de los libros de poesía El Oficio de los Monstruos, Tiempo Marginal, y Veredas. Y de la novela Talón Rajado.


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